
por. Rocío Gallegos
Cuando transita por la entrada de su fraccionamiento, Luz María se topa con decenas de albañiles que a marchas forzadas trabajan para terminar el centro deportivo que ofreció hace casi un año el presidente Felipe Calderón a los vecinos de Villas de Salvárcar, tras la masacre de 15 personas.
“Qué bien que el señor este –Felipe Calderón– prometió el parque y cumplió… pero y la justicia, ¿dónde queda?”, expone con voz pausada esta mujer que perdió a sus dos únicos hijos –Marcos y José Luis Piña, de 19 y 17 años– en ese hecho registrado hace 12 meses y que aún sigue impune.
Es la misma Luz María que en febrero fue titular de noticias cuando interrumpió una reunión del presidente en Ciudad Juárez para exigirle que se disculpara en público por haber llamado a sus hijos pandilleros y cuestionó su llamada guerra contra el narcotráfico.
De acuerdo con datos oficiales, la Unidad Deportiva, que se edifica en un predio de 3 hectáreas, ubicado en la calle Villa Cedro, deberá quedar culminada para el domingo 30 de enero, en memoria de las víctimas de esa tragedia.
Hace unos meses se entregó una cancha de futbol americano al CBTIS 128, plantel del que formaban parte tres jóvenes asesinados y que hoy visitará Margarita Zavala, la esposa del presidente Calderón, para entregar equipo deportivo.
Pero para padres de los jóvenes asesinados la situación no termina con la entrega de esa infraestructura.
“Miro el parque y me da mucho coraje porque dijo que van a jugar ahí… a mí me gustaría ver a mi hijo jugar ahí… pero me lo mataron”, expresa Norma Ortiz mientras su voz se quiebra y las lágrimas asoman a sus ojos.
Llora por su vástago, Jesús Armando Segovia, adolescente de 15 años y estudiante de secundaria al que sus amigos le llamaban “Pelón”, otra de las 15 víctimas de la masacre de Villas de Salvárcar, la mayoría de ellos universitarios y preparatorianos.
A un año de esta tragedia que conmocionó a la comunidad y provocó que la mirada internacional volteara a Ciudad Juárez, los padres de los asesinados —la mayoría jóvenes estudiantes que se divertían en una fiesta— muestran cómo lograron resurgir del dolor para honrar la memoria de sus hijos, porque consideran que la justicia sigue en deuda con ellos.
Por el amor a sus víctimas retomaron sus vidas y algunos de ellos iniciaron un trabajo comunitario por los adolescentes de sus sectores.
La familia de Norma decidió regresar a su casa, la que dejaron a pocos días del asesinato de su hijo, y unirse a las acciones que emprendieron en la colonia Reyna, Maricruz y Luz María, mamás de Adrián, José Luis Aguilar, Marcos y José Luis Piña, otras de las víctimas de la masacre que sacudió al país entero.
Así muestran cómo el golpe asestado a sus vidas por la violencia reorientó sus vidas para seguir adelante.
Otras familias, como las de Jaime Rosales y Eduardo Becerra, vecinos del mismo fraccionamiento, decidieron abandonar sus hogares donde vivieron por más de 10 años hasta esa noche, cuando un comando les arrebató ahí mismo la vida.
Otros simplemente han optado por llevar su luto en privado.
Sin justicia y con 3 mil muertos más— Testimonios de vecinos de la calle Villas del Portal, donde vivían nueve de los 15 masacrados, indican que cerca de las 12 de la noche de ese sábado llegaron varias camionetas y cerraron la calle de lado a lado.
De ellas se bajaron hombres encapuchados que dispararon contra unas personas que se encontraban en el exterior de la casa marcada con el número 1306, luego ingresaron a la 1308 y de ahí pasaron a la 1310, donde estudiantes se encontraban reunidos festejando el cumpleaños de uno de ellos.
Los jóvenes escuchaban música, comían y departían en una casa desocupada que les habían prestado porque sus papás no los dejaban salir a los antros por la inseguridad.
A un año de distancia de esos hechos aún no hay algún sentenciado por estas muertes. Además, desde marzo pasado ninguna autoridad se ha acercado para darles a conocer avances de las investigaciones que llevan por el asesinato de sus hijos.
Nadie sabe por qué y quién los mató, “pienso que nunca se va a saber”, dice Norma, mamá de “El Pelón”, a quien su familia le mantiene un altar en la sala de su casa, con flores y veladoras.
Afirma que no confía en las autoridades porque llevan meses sin conocer cómo va la investigación y además, porque “siguen matando gente y pues pierde uno las esperanzas”.
“Da mucho coraje”, dice la madre de familia que señala decidió regresar a esta comunidad desde Bermejillo, Durango, a donde se fue a residir, porque sintió que no podía irse de Ciudad Juárez… “aquí tenía a mi hijo”.
Además confiesa que “en este pedacito —en su cuadra— éramos muy unidos, pero como que esto —la masacre— nos unió más, nos sentimos que somos una sola familia… a veces yo me siento triste y me voy con las vecinas o ellas se sienten tristes y vienen para acá”.
Luz María dice que su vida —y la de su marido— ha sido muy difícil durante los 12 meses trascurrido. Aunque se mantienen ocupados, ella en su trabajo como obrera de maquila y elaborando flores artificiales, y él como velador, la ausencia de sus únicos hijos los marcó.
“La casa se siente sola… uno no se esperaba que pasara esto, van pasando los meses, muy pesados, porque ya la vida cambia, ya no es igual, antes estaban los muchachos ahora no están”, dice la mujer bajita de 43 años.
Hace un año increpó al presidente, pero ahora dice que le da lo mismo que vuelva a regresar a la ciudad, no cree que sirva de algo hablar con él “porque hasta ahorita no ha hecho nada por dar justicia a mis hijos”.
Considera que la situación cada vez se ve peor, “nada mejora”.
Y es que desde ese entonces, más de 3 mil personas han sido asesinadas en la ciudad, muchos de ellos adolescentes, estudiantes, que incluso han sido acribillados en parques construidos por el programa que el Gobierno federal activó junto con Estado y Municipio tras la masacre de Villas de Salvárcar.
Para la familia de José Adrián, el alumno destacado del Cobach 9, la situación no ha sido distinta.
“Ha sido muy difícil su ausencia, sobre todo porque m’ijo era un buen muchacho, ya estaba encauzado”, afirma Alonso Encinas, mientras acomoda fotografías de su hijo en el porche de su casa, en Villas del Portal, donde hace un año tuvo un altar con los reconocimientos escolares de José Adrián, para mostrarlos a quien se acercaba a darle el pésame.
“Lo que pasó no debió haber pasado”, afirma su esposa, Reyna Alicia.
La zona de la tragedia permanece ahora sin custodia, dicen que les fue retirada en octubre pasado con el cambio de administración estatal y municipal.
A un año de esa masacre, la colonia luce tranquila pero con mucha actividad vecinal, a la que se han unido las madres de las víctimas para seguridad de los suyos en ese sector del suroriente que luce semi vacío por la cantidad de casas deshabitadas, que según sus cálculos asciende a unas 500 viviendas.
Maricruz, mamá de José Luis Aguilar Camargo, de 19 años y estudiante de la UACH, quien fue asesinado junto a su primo Horacio Alberto Soto Camargo, señala que su tragedia ha servido para lograr la unión que antes no era tan fuerte.
Juntos murieron, juntos fueron sepultados y ahora sus familiares se juntan no sólo para orar por su redención, como lo han hecho todos los días 30 de cada mes, también se reúnen para fortalecer la solidaridad vecinal.
Ahora trabajan juntos para honrar la memoria de sus hijos.
Tienen programado realizar una misa en el parque de la colonia, que fue reducido para ceder espacio a la Unidad Deportiva que les ofreció Calderón.
Ahí establecerán un monumento con el nombre de sus hijos y de sus vecinos Jaime Rosales Cisneros, Edgar Martín Díaz Macías, Eduardo Becerra, Jesús Enríquez Miramontes, así como los adolescentes del CBTIS 128, Rodrigo Cadena, Juan Carlos Medrano y Brenda Ivonne.
Luz María señala que contar con una Unidad Deportiva quizá será de beneficio para los niños de su sector, pero con el parque no se va acabar la violencia.
De acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), la nueva estructura cuenta con canchas de soccer, futbol americano, basquetbol, volibol, frontón y otras actividades deportivas.
“El parque no nos da seguridad ni para la violencia, y pues, en realidad la justicia todavía la sigue uno pidiendo”, expone Luz María mientras toma el material con el que elabora flores artificiales que quiere llevar a la tumba de sus hijos y otros muchos masacrados juntos a ellos.